sábado, 24 de marzo de 2012

Humillación


Jamás humillarse

Walter Riso “ Amar o depender”

Someterse por amor puede generar dividendos a corto plazo, pero a la larga la persona que se rebaja produce fastidio. Es muy difícil amar a un ser que se doblega para obtener afecto. Un amor indigno es una forma de esclavitud. Y los dueños nunca aman a sus esclavos; los explotan o se compadecen de ellos.

Si la relación comienza a cabecear, la humillación es la estrategia más utilizada por los adictos afectivos. Las tácticas varían de acuerdo con el grado de deterioro personal, pero por lo general cuanto mayor sea el apego, más intenso será el despliegue de comportamientos humillantes.

Reclamos indecorosos o las preguntas indebidas. Lo que básicamente se hace aquí es reclamar afecto y atención sin pudor alguno: “Quiéreme”, “Recuerda mi cumpleaños”, “No te olvides que tienes que hacer el amor conmigo”, “Tienes que acariciarme de vez en cuando”, y así. En la vida de la relación, hay cosas que no se piden y que deben surgir natural y espontáneamente. Si no ocurren, estamos en alerta roja. Por más música y buenas intenciones que le pongamos, exigir afecto siempre deja una sensación de malestar en la boca del estómago, que después se convierte en indignación y muchas veces en depresión. No es lo mismo ejercer el derecho a la reciprocidad que implorar amor. Uno nos enriquece, el otro nos avergüenza.

Una segunda forma de humillación son los comportamientos degradantes y manipulativos. Los más comunes son suplicar, arrodillarse, llorar, gritar, la automutilación y los intentos de suicidio. Obviamente, estos comportamientos suelen ser muy impactantes a los ojos de cualquier observador.

La tercera tiene que ver con dejarse explotar. Si la persona acepta que se aprovechen de ella sin chistar, como una forma de asegurar su fuente de apego, ha entrado a los fangosos terrenos de la prostitución. En este tipo de relaciones, el usufructo no siempre debe estar relacionado con lo económico.

Una forma muy común de humillación y especialmente lastimosa, que podría considerarse una variante de la anterior, es aceptar el maltrato con estoicismo. Los pensamientos serviles que se esconden detrás de esta forma de sumisión suelen ser dos: “Si me castigan es porque lo merezco” o “Si no me quejo y aguanto estoicamente, nunca me abandonará”. Por lo general, estas personas han sido víctimas de un lavado cerebral sistemático por parte de su pareja. Si el adicto afectivo tiene la mala suerte de caer en manos de una persona mal intencionada, literalmente puede acabar con todo rastro de voluntad.

Una quinta manera de doblegarse y caer en el desdén es desvirtuar la propia esencia para darle gusto al otro. Complacer a la persona que se ama es uno de los placeres más agradables y excitantes. Satisfacer, consentir y colaborar con el bienestar del otro forma parte de la convivencia próspera. De hecho, sin reforzadores el amor se siente pero no se ve; es decir, no alcanza. Sin embargo, este “dar” a borbotones debe tener un límite autoimpuesto: no debo atentar contra mí mismo para que mi pareja sea feliz.

La sexta forma de sumisión es la más sutil y utilizada. Consiste simplemente en no expresar los gustos o necesidades. Un silencio zalamero y disimulado, que agrada y halaga a la otra parte y, de paso, la retiene. La humillación no se nota y la manipulación es encubierta: “Si me dejo llevar, nunca me dejará”. A los ojos de cualquier observador desprevenido, la pareja es modelo de perfección. Las coincidencias sorprenden y la congruencia es increíble. Pero en realidad el adicto se somete a los gustos del otro: “Lo que tu quieras, mi amor” o “Lo que te parezca a ti está bien”. El amor en pasta y bien administrado. Un sometimiento sagaz, que garantiza la permanencia del dador afectivo y sus respectivos beneficios.

Por último, existe una forma truculenta de mantener indignamente a la pareja: compartir la persona amada con otra. La canción de Pablo Milanés, “El breve espacio en que no estás”, muestra esta faceta del apego en plena efervescencia: “La prefiero compartida, antes que vaciar mi vida”. Desastroso y lamentable. La mayoría de los adictos afectivos cuya pareja es infiel, terminan por aceptar resignadamente el hecho.

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