Jamás humillarse
Walter Riso
“ Amar o depender”
Someterse por amor puede generar
dividendos a corto plazo, pero a la larga la persona que se rebaja produce
fastidio. Es muy difícil amar a un ser
que se doblega para obtener afecto. Un amor indigno es una forma de esclavitud.
Y los dueños nunca aman a sus esclavos; los explotan o se compadecen de ellos.
Si la relación comienza a
cabecear, la humillación es la estrategia más utilizada por los adictos
afectivos. Las tácticas varían de acuerdo con el grado de deterioro personal,
pero por lo general cuanto mayor sea el apego, más intenso será el despliegue
de comportamientos humillantes.
Reclamos indecorosos
o las preguntas indebidas. Lo que básicamente se hace aquí es reclamar
afecto y atención sin pudor alguno: “Quiéreme”, “Recuerda mi cumpleaños”, “No
te olvides que tienes que hacer el amor conmigo”, “Tienes que acariciarme de
vez en cuando”, y así. En la vida de la relación, hay cosas que no se piden y
que deben surgir natural y espontáneamente. Si no ocurren, estamos en alerta
roja. Por más música y buenas intenciones que le pongamos, exigir afecto
siempre deja una sensación de malestar en la boca del estómago, que después se
convierte en indignación y muchas veces en depresión. No es lo mismo ejercer el
derecho a la reciprocidad que implorar amor. Uno nos enriquece, el otro nos
avergüenza.
Una segunda forma de humillación son los comportamientos degradantes y
manipulativos. Los más comunes son suplicar, arrodillarse, llorar, gritar,
la automutilación y los intentos de suicidio. Obviamente, estos comportamientos
suelen ser muy impactantes a los ojos de cualquier observador.
La tercera tiene que ver con dejarse explotar. Si la persona acepta que se aprovechen de ella
sin chistar, como una forma de asegurar su fuente de apego, ha entrado a los
fangosos terrenos de la prostitución. En este tipo de relaciones, el usufructo
no siempre debe estar relacionado con lo económico.
Una forma muy común de humillación y especialmente
lastimosa, que podría considerarse una variante de la anterior, es aceptar el maltrato con estoicismo. Los
pensamientos serviles que se esconden detrás de esta forma de sumisión suelen
ser dos: “Si me castigan es porque lo merezco” o “Si no me quejo y aguanto
estoicamente, nunca me abandonará”. Por lo general, estas personas han sido
víctimas de un lavado cerebral sistemático por parte de su pareja. Si el adicto
afectivo tiene la mala suerte de caer en manos de una persona mal intencionada,
literalmente puede acabar con todo rastro de voluntad.
Una quinta manera de doblegarse y caer en el desdén es desvirtuar la propia esencia para darle
gusto al otro. Complacer a la persona que se ama es uno de los placeres más
agradables y excitantes. Satisfacer, consentir y colaborar con el bienestar del
otro forma parte de la convivencia próspera. De hecho, sin reforzadores el amor
se siente pero no se ve; es decir, no alcanza. Sin embargo, este “dar” a
borbotones debe tener un límite autoimpuesto: no debo atentar contra mí mismo
para que mi pareja sea feliz.
La sexta forma de sumisión es la más sutil y utilizada.
Consiste simplemente en no expresar los
gustos o necesidades. Un silencio zalamero y disimulado, que agrada y
halaga a la otra parte y, de paso, la retiene. La humillación no se nota y la
manipulación es encubierta: “Si me dejo llevar, nunca me dejará”. A los ojos de
cualquier observador desprevenido, la pareja es modelo de perfección. Las
coincidencias sorprenden y la congruencia es increíble. Pero en realidad el
adicto se somete a los gustos del otro: “Lo que tu quieras, mi amor” o “Lo que
te parezca a ti está bien”. El amor en pasta y bien administrado. Un
sometimiento sagaz, que garantiza la permanencia del dador afectivo y sus
respectivos beneficios.
Por último, existe una forma truculenta de mantener
indignamente a la pareja: compartir la
persona amada con otra. La canción de Pablo Milanés, “El breve espacio en
que no estás”, muestra esta faceta del apego en plena efervescencia: “La
prefiero compartida, antes que vaciar mi vida”. Desastroso y lamentable. La
mayoría de los adictos afectivos cuya pareja es infiel, terminan por aceptar
resignadamente el hecho.
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