De Walter Riso en "Amar o depender"
Cuando una relación anda mal,
nunca hay un solo responsable. La hecatombe afectiva siempre es función de dos,
quizá no en las mismas proporciones, pero cada cual aporta su cuota: unos por
defecto y otros por exceso.
En el caso del apego afectivo,
cuando el vínculo se rompe el apegado suele activar su más dura autocrítica. De
manera inclemente, como si le gustara sufrir, agrega más dolor al sufrimiento.
Los dos pensamientos más comunes
que acompañan el abandono del apegado son: “Si la persona que amo no me quiere,
no merezco el amor” o “Si la persona que dice quererme me deja, definitivamente
no soy querible”. La consecuencia de ésta manera de pensar es nefasta. El
comportamiento se acopla a la distorsión y el sujeto intenta confirmar,
mediante distintas sanciones, que no merece el amor. Veamos cuatro formas
típicas de autocastigarse:
a. Estancamiento
motivacional: “No merezco ser feliz, entonces elimino de mi vida todo lo
que me produzca placer” (autocastigo motivacional).
b. Aislamiento
afectivo: “No merezco a nadie que me quiera. Cuanto más me guste alguien,
más lo alejo de mi lado” (autocastigo afectivo).
c. Reincidencia
afectiva negativa: Buscar nuevas compañías similares a la persona que nos
hizo o todavía nos hace sufrir (profecía autocastigante).
d. Promiscuidad
autocastigadora: Entregarse al mejor postor, prostituirse socialmente o
dejar que hagan de uno lo que quieran (autocastigo moral).
Autocastigarse es la manera más degradante de humillación, porque
proviene de uno mismo. Repito: en las relaciones disfuncionales nunca hay un
solo causante. No seas injusto contigo ni te maltrates innecesariamente. Divide las cargas, elimina el autocastigo y
deja que el perdón empiece a actuar.
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