Merecer significa “hacerse digno
de”. Expresiones como: “Te entiendo”, “Lo acepto”, “Lo disfruto”, “Me alegro” o
“Tu amor es un regalo”, son manifestaciones de aceptación y buena recepción. Si
una persona no aprecia lo que le doy, no lo comprende o no lo traduce, el amor
se deshace en el camino, no da en el blanco y desaparece. Un amor que no llega
es un despilfarro energético de grandes proporciones. Podríamos entenderlo del
siguiente modo: “No puedo amar a quien no quiere estar conmigo. Si no me aman,
no me respetan o me subestiman, no me merecen como pareja”.
El merecimiento no siempre es
egolatría, sino dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona,
cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en
par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza,
cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión. Que se
menosprecie, ignore o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas
es desconsideración o, en el mejor de los casos, ligereza.
Cuando amamos a alguien que
además de no correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el
lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le
prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar,
empaco y me voy. Nadie se quedaría tratando de agradar y disculpándose por no
ser como les gustaría que fuera.
No hay vuelta de hoja. En cualquier relación de pareja que tengas,
no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime. Y si alguien te
hiere reiteradamente sin “mala intención”, puede que te merezca pero no te conviene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario